14 de marzo

La Conexión (I)

zolo.png     Querido J:

Internet no tiene un aniversario. Nadie supo que iba a suceder y no sucedió igual y al mismo tiempo para todos. Pero pongamos que hace ahora veinte años Tim Berners-Lee creó el primer servidor y dispuso la primera arquitectura de enlaces en la sede del CERN (Organización Europea para la Investigación Nuclear) de Ginebra donde ayer hubo una emocionante conmemoración. Si así lo admites es un buen día para la canción de aniversario. Excusarás el tono personal. ¡Va a parecer una carta! Pero el punto de vista microscópico es el único que sirve para encarar las grandes magnitudes.

La primera pregunta recurrente es qué hacíamos tú y yo antes de internet. En realidad es una pregunta que oculta otra más peligrosa: ¿qué éramos antes de internet? En mi caso la pregunta hay que retrotraerla a doce años antes. Y me genera una incertidumbre particular porque el acceso a la red coincidió con algunos cambios en lo que da en llamarse la vida privada. De tal modo que algunos hábitos que suelen vincularse a la red quizá tengan que ver con otros. Por ejemplo, por esos años yo dejé de ver la televisión. ¡Para ver televisión hay que parar en casa! En realidad nunca le había prestado una gran atención; pero entonces dejé de verla tajantemente. Internet ha destruido la televisión convencional y ése es uno de sus grandiosos efectos. La aceptación pantufla de la programación de la vida se ha acabado para siempre. El zapping ya anticipó el cambio interactivo que madurará cuando la televisión y el ordenador sean el mismo aparato. Una televisión desconectada es algo muy parecido a una cómoda.

Televisión al margen, la pregunta sobre el uso del tiempo continúa siendo inquietante. Uso el ordenador durante todas las horas del día y alguna de la noche (aunque jamás navego en mis insomnios esporádicos por un cierto instinto de conservación) y es humano que me pregunte qué hacia yo entonces con tantas horas. Tampoco ayudan a aclararlo, otra vez, las circunstancias personales. Poco después de la Conexión (recuerdo a qué hora fue la primera, veo la posición del ordenador en la casa, mi expectación maravillada, y oigo aquel violín dodecafónico del encuentro entre las señales analógicas y las eléctricas que, aunque fugaz y puesto en mejor vida por la banda ancha, es el himno de la saciada legión Pc), dejé la redacción del periódico de entonces y empecé a trabajar en casa: sin internet no habría sido posible. El cambio fue formidable y podría escribirte largamente sobre todas sus consecuencias. Pero la principal alude al tiempo: empezó a sobrarme. Una redacción, como cualquier oficina, incluye una gran variedad de protocolos obligatorios. Ambos sabemos cuánto se jalea la relación personal, presencial como la llaman. Desde luego, no soy un gran fanático y creo que tú tampoco. Es más: tengo la completa seguridad de que algunas de mis relaciones virtuales (intelectuales, amistosas, profesionales) no habrían prosperado en el apogeo personal. Es fantástico que las ideas de algunas personas te puedan llegar sin su aliento. Aunque el problema principal de la redacción no era el aliento, sino los protocolos de cordialidad a los que me refería: las relaciones personales están llenas de peajes que van más allá del buenos días y el buenas tardes y que precisan más tiempo que el que se dedica a un email protocolario, también imprescindible y hasta agradable a veces. O sea que internet no sólo ha mejorado mi productividad, sino la calidad y variedad de las relaciones humanas, enriqueciendo a niveles que nunca pudo prever el teléfono una dimensión virtual, limpia y libre.

Al principio el uso de la red fue sobre todo el del correo electrónico. Guardo algunos palimpsestos de aquella hermosa época iniciática, pero no todos, porque un desgraciado accidente los inutilizó. En los usos del email se daban entonces dos curiosas características. La inmediatez no se asimilaba bien. Uno volvía contento y fino de madrugada y se encontraba una pendejada cualquiera a la que responder. En la vida analógica la respuesta se habría demorado sobriamente hasta los días siguientes. Pero la facilidad del send era irresistible. Fue causa de algunos problemas y sigue siéndolo: hasta el punto de que gmail ha puesto en marcha un curioso procedimiento preservativo de la espontaneidad y puede preguntarle al usuario si en verdad está dispuesto a enviar su mensaje, introduciendo por la fuerza un instante de reflexión que ya ha debido de salvar algunos matrimonios. Otro rasgo interesante de aquellos primeros tiempos, y vinculado con la espontaneidad, es el atrevimiento con que la gente se manifestaba por escrito. Nunca se habrían atrevido con el papel. Internet tenía entonces una apariencia más líquida y nada de lo que uno tecleaba parecía que fuera a quedarse. La situación ha cambiado, y los emails han perdido ese tono de confidencialidad aguerrida que tenían en la época pionera. Por las indiscreciones y sus disgustos asociados, sin duda alguna.

La primera actividad social que llevé en la red estuvo vinculada al email. Por mediación de mi amiga Teresa Giménez me apunté a una lista escéptica que discutía sobre política, ciencia, literatura o cualquier asunto que surgiera. El procedimiento era sencillo: cualquiera podía abrir un “hilo” de discusión enviando un email a una dirección de correo que lo distribuía entre todos los asociados. Si a uno le interesaba el “hilo” respondía y su respuesta provocaba otras y así sucesivamente. Era un mérito, lógicamente, haber abierto un hilo vigoroso. Nunca podría haber imaginado hasta qué punto acabó enganchándome aquella lista, el interés con que me liaba en sus ovillos. La discusión tenía buen tono y participaban en ella personas de formación y opiniones distintas, aunque compartían un punto de vista escéptico y racional sobre la vida. Era una tertulia ilustrada. Pero tenía una característica importantísima que las diferenciaba de las tertulias convencionales, incluidas las parlamentarias: no podía hablarse a humo de pajas. Recordarás a Hannah Arendt cuando volvió a Alemania y pretendían discutirle que Hitler hubiera invadido Polonia. Desalentada, ella argumentaba que uno no podía ir a hablar con la gente con una enciclopedia bajo el brazo. Pues bien, a la lista escéptica solía acudirse con la enciclopedia. Era google, naturalmente. Creo que allí aprendí algo importante sobre la discusión intelectual: el valor lapidario del link. Internet nos ha acostumbrado a discutir con pruebas; y a escribir con ellas y a pensar.

Se ha echado la noche encima y, sobre todo, las líneas de la memoria. Te escribiré al menos otra carta sobre el asunto.

Sigue con salud
A.

(Links: Verónica Puertollano)

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Correspondencias / Mercutio

Me siento muy identificado con algunas de las cosas que señalas en tu texto de hoy sobre la aparición de Internet en el mundo y en tu vida: el desvanecimiento de la tele, la modificación del tiempo, la multiplicación de los diferentes tipos de relaciones humanas.

Hay otros cambios llamativos. Hace veinte años, vale -o un poco menos, que hasta el 90 no hay servidores web. Digamos diecinueve, ya sin papeles y bolígrafos y croquis; pero en Estados Unidos, no aquí. Uno de los tópicos que suelo repetir de vez en cuando en bares y blogs es que en la Exposición universal de Sevilla no había ninguna conexión a Internet; ni siquiera una referencia en los paneles o los folletos. No podría jurarlo ni habiendo estado allí: en el 92 yo no conocía Internet. Pero lo leí en alguna parte y lo di por bueno. La afirmación va sorprendiendo cada vez menos, pero te aseguro que en 2000 abría ojos como platos. Todo el mundo tenía entonces correo electrónico y ya empezábamos a preguntarnos cómo éramos antes.

Echando un vistazo rápido ahora encuentro que, por ejemplo, www.expo92.es se abre diciendo que La Exposición Universal de Sevilla de 1992 significó, en perfecto pretérito; y www.expo92.net se creó en marzo de 2001 (http://samspade.org/whois/www.expo92.net).

Suponiendo que sea verdad, hoy sabemos que eso ya no sucede y que la invención de tonterías como Twitter o joyas como Gmail son eventos simultáneos en Palo Alto y Moratalaz. Claro: ahora tenemos Internet.

Feliz cumpleaños.

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Correspondencias / Enrique Bertrand

Estimado Arcadi:

Lo que más me ha gustado de tu sentida reflexión sobre Internet es eso de que “es fantástico que las ideas de algunas personas te puedan llegar sin su aliento.” Efectivamente. Durante cuatro o cinco siglos nos han llegado despojadas de la halitosis gracias a los libros y los medios escritos, pero carecían de la “instantaneidad” en la que nos movemos ahora. Además, esa falta de fluidez del proceso facilitaba notablemente el trabajo de los “constructivistas sociales”, siempre dispuestos a restaurar el olor a repollo hervido de la cocina de muchos autores. Así que, si me lo permites, añado un mínimo corolario a tu afilada greguería: te pueden llegar sin su aliento, y sin posibilidad alguna de que ciertos depravados lo añadan impunemente por el camino.

Felicidades y gracias por la parte que te toca en la presencia de Internet en nuestras vidas.

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Correspondencias / JM

Oí hablar por primera vez de Internet en 1994, en Ferrol, en pleno servicio militar. Recuerdo haberme maravillado porque una enciclopedia cupiera en un CD-ROM y el connaiseur en plantilla me dijo: “Eso no es nada. Mejor es internet.” Yo entonces andaba fascinado por las posibilidades del VOD: en Florida se había hecho un experimento, por supuesto fallido y largo tiempo olvidado. Recuerdo haber pensado: “Y esto de Internet, ¿no tendrá el mismo problema de capacidad para servir a tantos usuarios?”. Qué lejos quedaba la Banda Ancha. Dos años después, presenté un proyecto de convergencia entre Internet y televisión, completamente erróneo, desde luego, en una época en la que el streaming era ciencia ficción y no podíamos entrever el multisalas instantáneo que está dejando obsoletas la televisión y las ínfulas normalizadoras del conseller de turno, empeñado en que Cataluña sea pionera en la desaparición de la exhibición cinematográfica. Después vino el portal, la radio, el podcast, el blog…

Hoy, me encuentro resistiéndome a dejarme arrastrar por los rebaños de Facebook o los MMPORG (Game-Junkie en rehab, ya sabes…) y casi pareciera que uno es un troglodita.

Correspondencias / qtyop

mi vida cambió, probablemente, en el 1984 o 1985 cuando descubrí LOGO
(http://es.wikipedia.org/wiki/Logo_(Lenguaje_de_programaci%C3%B3n)) y
su tortuga.

mi vida cambió, sutilmente, en el 1991 con el primer acceso a una VMS
(http://es.wikipedia.org/wiki/OpenVMS).

mi vida cambió, y mucho, con un correo electrónico en el 1992 y unos
rudimentos de C
(http://es.wikipedia.org/wiki/Lenguaje_de_programaci%C3%B3n_C).

mi vida cambió, llorando dulcemente y riendo amargamente, en el 1995
cuando chateaba (3000km mediante) con un talk
(http://es.wikipedia.org/wiki/Talk_(Unix)).

mi vida cambió, cayendo del caballo, en el 2000 cuando me liberé, por
fin y desde entonces, del puto ratón
(http://www.cryptonomicon.com/beginning.html).

mi vida cambió, aún más, en septiembre del 2004 cuando decidí resolver
un juego de un tal Peregrín; antes, en el 2003 había nacido, de parto
espontáneo, y pesando unos cuantos de megabytes.

pero antes de todo eso, mi vida ya cambió, en 1983 cuando hice un
curso de mecanografía (MECARAPID)… sin sospechar para qué lo iba a
usar… pero siguiendo las pertinentes intuiciones de una madre… quien tampoco sospechaba para
qué lo iba a usar.

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